Cuando hablamos de Yoga como una práctica física, estamos hablando de Hatha Yoga, cuyas propuestas incluyen un tipo de actividad con el cuerpo que se basa en las famosas posturas y movimientos que a todos nos resultan familiares. Analicemos qué riesgos se corren.
Por Mayte Criado.
Estamos en un momento de la historia del Yoga en el que lo asociamos fácilmente con esta parte física caracterizada por la complejidad de las posiciones del cuerpo o por los tiempos de permanencia en ellas. Por otro lado, el Yoga, en general, se suele promocionar por sus beneficios sobre la salud, la regulación emocional, la calma en la mente y el bienestar integral que incluye todos los aspectos de la persona. Son beneficios sobradamente demostrados incluso científicamente.
Sin embargo, mientras se habla del Yoga en estos términos inclusivos, integrales y holísticos, se piensa y se transmite un Yoga (Hatha Yoga) centrado en posiciones y en dinámicas con el cuerpo en base a las clases que encontramos en YouTube, en una app que bajamos al smartphone o en los libros con protocolos creados por gurúes posmodernos y antiguos que nunca han visto nuestros cuerpos ni conocen nada sobre quienes somos. Es un hecho que nos hemos convertido en nuestra propia guía de Yoga sin conocimientos y sin formación.
Los riesgos de la práctica del Hatha Yoga
Cada día se hace más evidente que la práctica física que el Yoga propone no es lo que en principio pudiera parecer una simple actividad de bajo impacto sino más bien un entrenamiento con repercusiones serias que amenazan la seguridad y la integridad física del practicante.
Ya hay muchos estudios que advierten que sin una comprensión de los fundamentos y objetivos de las propuestas yóguicas, sin una práctica personalizada o sin una ejecución adecuada de las posturas (o asanas), los practicantes de Yoga también pueden ser vulnerables a las lesiones. Eso que llamamos contraindicaciones, que pocas veces se comentan, llegan al encuentro del practicante en forma de dolor. Sin haberse ni tan siquiera percatado de las repercusiones que puede llegar a tener una práctica sin supervisión experimentada y sin un contexto seguro. A menudo, estas lesiones se desarrollan incluso con el tiempo y como resultado de una práctica incorrecta constante.
Cifras que resaltan esta alarma del Hatha Yoga
En 2016, una revista de medicina deportiva publicó un estudio realizado en los servicios de urgencias hospitalarias entre 2001 y 2014. Concluyó que «hubo 29.590 lesiones relacionadas con el Yoga». La zona lumbar fue la de mayor frecuencia con un 46,6 % frecuencia y los esguinces y las distensiones un 45,0 %. La tasa de lesiones aumentó de 2001 a 2014, y fue mayor para los mayores de 65 años (60%)) en comparación con los de 18 a 44 (12%) y de 45 a 64 (18%) en 2014.
Otra encuesta realizada por varias organizaciones estadounidenses como la Yoga Alliance, fundamentó sus conclusiones en entrevistas a 33.000 profesores en 2009. El estudio concluyó que las lesiones en la zona lumbar y en las rodillas eran la tónica. Según la investigación, las causas eran una mala técnica, una errónea alineación, una lesión previa, un esfuerzo excesivo y una instrucción incorrecta o inadecuada.
Todo ello sumado a mi propia experiencia como formadora de profesorado por más de 20 años, me hace reflexionar sobre la formación de Yoga como un proceso serio que debe emprenderse desde la responsabilidad. La misma responsabilidad que deben aplicar quienes se adentran en esta práctica milenaria tan demostradamente beneficiosa.
La importancia de la formación del profesorado de Yoga
Hay que tener en cuenta que los factores que confluyen para originar una lesión durante la práctica de Yoga son múltiples y complejos. Se tiende a pensar que una práctica lenta o basada en el silencio durante la ejecución de las posturas constituyan en sí mismas una suerte de prevención de posibles daños. Nada más lejos de la realidad.
Quienes practican cualquier estilo de Hatha Yoga deben buscar un profesor o profesora formado para comprender el cuerpo del practicante, para adecuar su práctica y, al mismo tiempo, para saber ofrecer las pautas que hacen que la persona se de cuenta de sus propias peculiaridades y necesidades en cada caso.
Las posturas de Yoga llevan al cuerpo a posiciones que no son ni habituales ni conocidas. Posiciones fundamentadas en un tipo de canalización energética y en una manera de ejercitar la musculatura que deriva en beneficios palpables a todos los niveles obteniendo una regulación integral. Mientras ese proceso se desarrolla y ocurre, la práctica debe estar protegida y, sobre todo, entendida. Justamente es en ese recorrido en el que suceden las lesiones si no practicamos con un profesorado formado y consciente.
El acompañamiento del profesor
Para crear un proceso respetuoso, cercano y apropiado, el profesorado debe contar con una formación que profundice en conocimientos sobre la biomecánica del cuerpo o las formas que el cuerpo aborda para expresar resistencias o hiperflexibilidad.
Es necesario asegurarse de que la escuela o el profesor que elegimos, incluso online y, sobre todo si queremos hacer Hatha Yoga, tiene los conocimientos que nos garantizan un acompañamiento profesional, alguien que no va a quedarse al margen de las razones por las que una determinada articulación es inestable o una parte del cuerpo presenta cierta rigidez o incluso para poder abordar patrones psicosomáticos en la alineación y tendencias posturales.
La formación del profesorado, en este sentido, juega un papel primordial para que las posiciones y los movimientos que practicamos durante las sesiones de Yoga podamos realizarlas con garantías de protección y seguridad. Además, debe ser capaz de transmitir indicaciones técnicas, precisas, claras y por supuesto, personalizarlas.
La responsabilidad del practicante
Es obvio que no todas las lesiones son consecuencia de una mala praxis por parte del profesorado. Los practicantes somos dueños del viaje y protagonistas de nuestro proceso de aprendizaje e integración. Las sesiones de Yoga en sí mismas ofrecen un espacio en el que surgen oportunidades para generar consciencia y comprensión tanto en el profesorado como en los practicantes.
Todos somos susceptibles de lesiones, bien porque sobrepasamos algunos límites, porque competimos incluso con nosotros mismos, por exhibicionismo o ambición, pero también por no comprender que los objetivos de la práctica son siempre personales y dinámicos. El cuerpo no es el mismo en cada época de la vida y sus condiciones son siempre cambiantes. A veces, los cambios nos sorprenden y las sensaciones que en algún momento nos pasaban indiferentes o nos alertaban de algo, en cada momento pueden tornarse invisibles o difíciles de interpretar.
En todos los casos, y aún cuando la práctica física del Yoga nos lleva hacia el mundo interior y en cierto modo nos propone la concentración y la escucha de nuestro sí mismo, no podemos aislarnos ni emprender este camino solos. Para no caer en las contraindicaciones y no sufrir lesiones leves o graves, debemos ser conscientes de que no hay nada que pueda sustituir la experiencia y los conocimientos de un profesorado preparado y sabio.