Descrita por ella misma como música que vive en un espacio intermedio entre lo celestial y lo telúrico, Tina Malia nos transporta con sus canciones a universos de gozo y libertad. Su personalidad parece reflejar esas dos mismas cualidades: cálida y accesible, pero al mismo tiempo infinitamente inspiradora cuando habla de su proceso creativo y su búsqueda espiritual.
Por Elena Sepúlveda // Fotos de Glenda Gracia
Tina viene de una familia de músicos. Empezó a estudiar piano clásico de bien pequeña y a los 9 años ya sabía que quería ser cantante. A los 12, cuando su padre le regaló su primera guitarra, comenzó a componer canciones. Desde entonces no ha parado de crear.
YOGA JOURNAL: Tina, háblanos de Shores of Avalon, tu primer álbum.
TINA MALIA: En la época que lo escribí estaba buscando mi camino espiritual. Con 15 o 16 años leía los mitos de Avalón, sobre mitología celta, hinduismo y budismo, a Starkhawk, a Dan Millman… Muchos de los autores que leía vivían en Marin County (en California), y pensé que algo tenía que estar pasando allí. Que mejor iba a ver. Fui hasta allí con mi furgoneta, que también era mi casa, y empecé a buscar a estos autores y maestros espirituales. Así llegué a mi primer kirtan con Jai Uttal. Nunca había oído hablar de él, pero sentí que su música era como la miel. Me nutría y me hacía sentir en casa. Enseguida supe que era algo para mí. Un amigo común nos presentó y Jai me contrató para hacer coros. Hoy en día sigo cantando con él cuando puedo y le acompaño en algún Kirtan Camp.
Y luego llegó Jaya Bhagavan. Mucho más devocional…
Sí, para cuando saqué mi segundo álbum, ya estaba inmersa en el mundo de los mantras. Lo hice con mi amigo Shimshai. Al mismo tiempo, yo trabajaba en un tercero con canciones en inglés, The Silent Awakening. Fue mi «juramento a la tierra». De hecho, todos lo son, pero este más en concreto. Luego hice The Lost Frontier que tiene una producción más electrónica (también en inglés). Y después viene Bridge to Vallabha, que contiene mantras en sánscrito, gurmukhi (la lengua del Yoga Kundalini), hebreo y kiowa (un idioma nativo americano). Mi último disco es Anahata. Lo escribí y grabé aquí en España. Vine a Barcelona por primera vez hace cuatro años y me encantó: la gente, el idioma, la comunidad de Yoga… Así que decidí hacerme un retiro. Alquilé una casa en la montaña durante un par de meses y me traje todo mi equipo de grabación y todos mis instrumentos. Lo escribí y grabé allí.
¿Hay una evolución concreta en tu música?
Yo no hablaría de progresión. Más bien diría que mis álbumes son como cuadros: cada uno tienen una paleta de colores y una instrumentación diferentes. Podría hablar de mi música en relación al cielo y la tierra. La práctica de Yoga y los mantras son como tocar el cielo y tienen esta cualidad de purificación, de sanación. Pero también está el otro lado, la tierra. Siento que es importante que recordemos y honremos que estamos encarnados en cuerpos hechos de tierra, y que volveremos a la tierra. Ambos van de la mano, pero a mí me gusta bailar y tocar en el espacio intermedio entre ambos. Utilizo mi arte para honrar tanto al cielo como a la tierra, a veces juntos; a veces, por separado.
¿Produces tu propia música?
Soy ingeniera de sonido. Tres de mis álbumes están coproducidos y estuve implicada en el proceso de ingeniería, pero los últimos los he producido yo y la ingeniería de sonido es mía. Me encanta conocer la totalidad del proceso. Para mí, todas y cada una de las notas tiene la misma importancia. Es parte de haberme formado como pianista clásica, porque la música clásica es increíblemente compleja y mi madre, que fue una maestra magní ca, me enseñó la importancia de todas y cada una de las notas. Me siento agradecida por todas esas enseñanzas y creo que he podido llevarlas a cada aspecto de mi vida, no porque sea perfeccionista, sino porque me importa, porque mi corazón está en cada cosa que hago.
¿Qué estás creando ahora?
Ahora estoy grabando un álbum que será en inglés y castellano y contendrá algunas bellísimas canciones de medicina que descubrí en Chile. Es difícil hablar de ello, porque el arte es mágico y por más que me guste pensar que lo controlo, no es así. Yo estoy al servicio del arte. Así que dependiendo de lo que vaya surgiendo durante el proceso de creación, el álbum será de una manera u otra. ¡Pero también está la disciplina, claro! Para eso tengo mi práctica de Japa, que incorporo en las actividades que hago. Si no estoy en conversación, por ejemplo, intento tener mi mente en Japa, porque siento que es el lugar más saludable para mí. Me trae una avalancha constante de alegría interna, me mantiene centrada y mi mente no va a lugares donde no necesita ir.
¿Cómo descubriste el Japa?
A través de Jai Uttal. Yo atravesaba una etapa que clasificaría de “noche oscura del alma”. Sufría mucho, tanto emocional como físicamente. Él me invitó a probarlo. Lo fui haciendo mientras cocinaba, comía, conducía, antes de irme a dormir, mientras me cepillaba los dientes, como una práctica de vida. Porque estaba buscando cómo salir de ese intenso sufrimiento. Y fue la primera cosa que realmente me ayudó. Por entonces ya había sacado un disco, tenía cierto éxito, amigos y gente que me quería. Estaba en la banda de Jai y desde fuera parecía una vida maravillosa. Pero en mi interior no podía encontrar mi razón para vivir. Ahora sé, años después, que como muchos de nosotros en la sociedad occidental, estaba buscando fuera el amor y no podía encontrarlo. Tuve que ir bien adentro para encontrarlo. Y, por fin, lo pude hacer gracias a la práctica de Japa.
Ahora, vives en Costa Rica
Sí, así es. Tenía el sueño de vivir en la selva en una comunidad. Y sabía que algún día lo haría, porque siempre he tenido una conexión muy fuerte con la selva. Hace años vine a Costa Rica y me enamoré del país. La verdad es que amo todo el mundo: Barcelona, Londres, Nueva York… Pero mi corazón vive en la naturaleza y tengo que volver a ella. Tengo que levantarme con los sonidos de los pájaros y el agua. Vivo en La Ecovilla, una comunidad de músicos, yoguis, filántropos, artistas, astrólogos, permaculturistas… Está a una hora de San José, en las montañas, tiene 10 años y somos 140 personas. Es un sitio bien especial.
¿Hay algo más que desees compartir con los lectores de Yoga Journal?
Siento que la conservación de las culturas indígenas es muy importante para que, independientemente de lo que ocurra, siga habiendo grupos de humanos que sepan cómo vivir con la tierra. Por eso mi corazón se siente llamado ahora al activismo.
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