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Tiempos de cambio para los profesores de Yoga

by Redacción
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En el mes de octubre realizamos una pequeña encuesta a algunas escuelas y profesores de Madrid y Barcelona. Los resultados fueron los siguientes: el 69 % de las escuelas continuaba su actividad en formato mixto online y presencial; el 23,1 % solo presencial y el 7,7 % de las escuelas habían mantenido solamente su actividad online, dejando locales y espacios de pago. Pasados tres meses de esta información, muchas escuelas tienen que cerrar sus puertas para el formato presencial, sin fecha probable de regreso, por el momento.

Por Lucía Passardi

Cualquier profesor de Yoga honesto y experimentado sabe la cantidad de años que se invierten en consolidar la profesión. Al igual que los inciertos e inestables caminos del artista, se requiere de mucha confianza y voluntad para caminar años sobre la cuerda floja antes de que el Yoga pueda ser el único ingreso. Unos de los formatos de los profesores es ser itinerante, con la consecuente inversión de tiempo y dinero que suponen los desplazamientos y «horas muertas» entre clases.

Otro modelo utilizado por los profesores, el de gestionar un espacio propio con costes de alquiler demasiado elevados (sobre todo en las ciudades grandes) para compensar el ingente esfuerzo que necesita para conseguir una constante afluencia de público que es, por lo general, cambiante.

Débora Altit, de la escuela Dalmai Yoga, nos cuenta cómo ha sido una dedicación enorme mantener el espacio durante cinco años. A ello, añade el movimiento constante de alumnos sin el suficiente interés, lo que, antes de la pandemia, ya se replanteaba la situación.

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Situación pospandemia

Si ya era difícil mantener una escuela en los tiempos prepandemia, las dificultades se han doblado desde marzo. En la encuesta realizada al comienzo de curso, el 25 % de las escuelas ha perdido la mitad o más de los alumnos. El resto ha perdido entre un 30 y un 40% de los alumnos. Con el formato online las tarifas son más reducidas, y las clases presenciales siguen con los mismos precios, pese a que suponen la mitad de ingresos.

Muchos, como Lula Cañas –que lleva con su escuela abierta desde 1998–, están trabajando más que nunca, pues mantienen los mismos precios, pero dan el doble o triple de clases. Otras escuelas han tenido que dejar sus espacios físicos, como es el caso de Débora Altit y de Blanca San Roman, de la escuela Dhara Yoga, abierta desde 2006.

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Pese a haber recibido mucha colaboración por parte del propietario del local y mucho apoyo de los alumnos, no ha sido posible hacer frente a los gastos del espacio con la mitad del aforo y han cerrado manteniendo solo dos clases presenciales a la semana en otro espacio. Su escuela es una de las que ha apostado fuerte por el nuevo formato online, invirtiendo en tecnología para poder seguir ofreciendo clases de calidad.

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También han organizado eventos online, en colaboración con otros profesores, que han funcionado bastante bien, aún reconociendo por parte de la escuela que falta, en general, colaboración entre profesores, y que todo nos iría mejor si hubiera más dosis de esta y menos de competitividad.

Yoga es adaptación

A pesar de los crudos testimonios recogidos en las entrevistas realizadas, nos hemos encontrado con algo muy digno de reconocer para los que nos dedicamos a esta, «no siempre reconocida profesión». Blanca nos cuenta que la situación se le ha presentado como la oportunidad de practicar Santosha (contentamiento) y Parinama (transformación) a nivel profundo. Así, puede abordar de forma diferente prejuicios como, por ejemplo, con respecto al espacio en el formato online por la tradición en la que se ha formado. «Antes trataba de cumplir todos los preceptos de forma muy escrupulosa: mirar al este, ventilación lateral, silencio, un altar con los símbolos adecuados, etc. Ahora el contexto manda y lo importante es poner la enseñanza al servicio de los demás de forma asequible y efectiva».

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Débora, que también dejó el espacio físico, ha organizado clases en el parque del Retiro, algo que hace años le parecía inconcebible. Su propia práctica le ha ayudado a abordar la situación con calma para poder valorar en qué batallas merecía la pena entrar y en cuáles no. También reconoce que la situación ha acelerado un proceso en el que ya se había embarcado antes de la pandemia: el deseo de comenzar a realizar un trabajo más individual y donde pudiera también desarrollar su formación en psicoterapia y bioenergética.

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Un mixto, online y presencial para pocas personas

En mi caso personal, tras 10 años como profesora itinerante, la situación también me ha hecho replantearme el formato. Ahora apuesto por las clases individuales y de dos personas en un espacio pequeño que he acomodado en casa (a costa de quedarme sin salón). También me he abierto al modelo online para mantener algún grupo más grande que no puede permitirse las clases particulares o no le interesan.

Los tiempos cambian y el Yoga sigue buscando dónde y cómo renacer con la nueva situación. Recuerdo que, cuando estudié la biografía de Krishnamacharya, me parecía algo «de otro tiempo» que el propio maestro diera clase en su casa. Siendo este un espacio pequeño, tenía que dividirse por medio de una cortina para poder concentrarse con los alumnos, en medio del jaleo de una vivienda familiar. Estos tiempos sucedieron después de haber tenido el apoyo del Maharaja de Mysore y espacios en el palacio de la misma ciudad para impartir sus clases.

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Me hace pensar que la evolución de los caminos no es siempre algo lineal y hacia arriba. En su lugar, más bien, una constante transformación de las circunstancias que se van presentando a lo largo de una vida. El Yoga nos da la oportunidad de cambiar la óptica y poder observar los obstáculos como oportunidades para la transformación, dándonos herramientas físicas y mentales para adaptarnos a lo que se presenta momento a momento.

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