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Meditación en el bosque

by Redacción
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Por Tasha Eichenseher

Creo en las fuerzas oscuras físicas y en los espíritus que moran los bosques del Pacífico noroeste. Dentro del laberinto y El laberinto del fauno son de mis películas favoritas. Por eso, cuando me apunté a una sesión de baño de bosque (también llamado terapia forestal) en el Parque Natural de Sintra-Cascais, en Portugal, no me sorprendió advertir una especie de experiencia mística entre las piedras cubiertas de musgo, y robles, álamos y acacias envueltos en hiedra.

La terapia forestal aprovecha la teoría hoy día respaldada científicamente de que pasar tiempo al aire libre nos puede hacer más felices y sanos. El protocolo oficial de baño de bosque, llamado Shinrin-yoku, se desarrolló en Japón durante los años ochenta. Su fin era ayudar a que una mano de obra quemada recuperase la ilusión.

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¿Qué es un baño de bosque?

El baño de bosque consiste en una serie de prácticas de atención plena realizadas en la naturaleza. La idea es ayudarte a disolver el estrés mediante la conexión con los sentidos y algo superior a uno mismo. ¿Qué? La energía y la sabiduría innata de la Tierra. Por ejemplo, en un ejercicio llamado Recopilación de texturas, lo que haces es caminar lentamente, a menudo fuera de la senda transitada. Explorar el modo en que sientes las cosas como ramas de árbol ásperas, hojas en descomposición, piedras resbaladizas. Te sientes plenamente vivo y en el momento presente y tus temores y miedos del pasado y del futuro empiezan a desvanecerse.

Una experiencia única

Nuestra guía, Geeta Stilwell, tenía una presencia sólida. Parecía la típica mujer pionera que siempre he idolatrado de las novelas de Willa Cather y series como Westworld. Me la podía imaginar perfectamente cazando alces en enaguas. Stilwell y la otra participante en la sesión –una mujer holandesa– quedamos en el aparcamiento de la reserva un sábado por la tarde. (El conductor de Uber que me llevó parecía preocupado por dejarme tirada en medio de la nada y sin cobertura. Pero yo me alegraba de poder liberarme del móvil durante las próximas tres horas).

Nos presentamos rápidamente y enseguida salimos de la carretera para adentrarnos en un terraplén que nos sumergiría en el bosque. De repente, nos vimos protegidas del viento, la abundante hiedra nos aislaba. Lo hacía todo más calmo, cálido y suave. Avanzamos despacio, en silencio y en fila, a lo largo de una senda limosa durante unos minutos hasta que Stilwell nos invitó a salir a un claro.

Primer ejercicio

Allí, bajo el cielo abierto, realizamos el primer ejercicio, llamado Placeres de la presencia. Nos servimos de los sentidos para explorar el entorno. Primero, mirando hacia nuestro alrededor con mayor concentración. Después cerrando los ojos para escuchar los sonidos del bosque con mayor atención y advirtiendo el viento, la luz y la oscuridad, así como la sensación de la Tierra bajo nuestros pies. Mis pies se fundieron en el suelo del bosque a través de mis botas, y sentí recorrer por todo mi cuerpo una sutil arremetida de energía.

Me alcé más alta y más segura mientras la luz del sol se filtraba por las copas de los árboles y me acariciaba el rostro. Al cabo de unos veinte minutos, abrimos los ojos y compartimos nuestras experiencias. No conseguí transmitir lo segura que me sentía. Me encanta el senderismo, la jardinería y estar al aire libre, pero cuando cierro los ojos en medio de la naturaleza, me preocupo por si se va a perder el perro o si me va a atacar un puma o va a oscurecer. Con Stilwell de guía y centinela en medio de la calma, me podría haber quedado ahí días conectada al suelo como si estuviese en la estación de carga. Pero aún quedaba más por hacer.

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Mientras deambulamos por el bosque, empezamos a centrarnos en los olores al detenernos y agacharnos para palpar la cobertura húmeda del suelo, triturar hojas con las manos, o meter la nariz en la corteza.

Stilwell nos pidió que nos amigáramos con un árbol. Me acerqué a una gran acacia repleta de brillantes vainas que pendían alrededor de casi todo su tronco. Me senté con la espalda contra el árbol, durante un minuto, y me entristeció que no pudiese viajar por el mundo como yo. No podía desarraigarse y explorar. A cambio, la acacia hizo que me diese cuenta de mi energía ligera. Conversamos juntos. Me sugirió que quizá me venía bien quedarme quieta y echar raíces. En el fondo, formaba parte de todo un ecosistema en el cual la flora y la fauna se comunicaban entre sí y compartían un vínculo que ayudaba a crear y permitir la vida.

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Y así pasamos el tiempo, deteniéndonos a hablar con los árboles, sentada en rocas cubiertas de musgo hasta sentirme yo misma como una. Y Stilwell recordándonos que nos rindiéramos a nuestros sentidos, para estar plenamente presentes en el bosque. Cuanto más profundizábamos, más brotaba mi imaginación. ¿Era eso que acaba de pasar un pájaro o un hada? ¿Fue eso un destello e oscuridad o un espíritu? No importaba. Mi corazón y cuerpo estaban en perfecta calma. Me sentía determinada, preparada para afrontar cualquier cosa con curiosidad.

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Antes de convertirse en la buena bruja de la serenidad suprema, Stilwell había sido una farmacéutica y después responsable de gestión de eventos con una vida muy estresada. A los 43 años concluyó una formación con la Association of Nature & Forest Therapy Guides & Programs y fundó su propia empresa de terapia forestal, llamada Renature. Su objetivo era ayudar a sus clientes a desestresarse mediante la conexión con el planeta.

Yo no necesitaba que la ciencia lo respaldase para creer que este bosque podía curar. Las horas que pasé caminando y sentada en el Parque Natural de Sintra-Cascais me bastaron para recordarme que hay otras formas de vivir. Que existen corrientes energéticas que recorren el mundo y que pueden sustentar nuestros propósitos y acciones si nos mostramos abiertos a recibir el pulso de sus mensajes. Si te detienes y estás dispuesto a experimentarlo, puedes hallar magia y maravillas en cualquier lado.

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