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Acompañar en el sufrimiento con compasión

by Redacción
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Dicen que los que andamos entre los cuarenta y muchos y cincuenta algo, con hijos y con padres, somos la generación sándwich. Me identifico totalmente y me siento fundida como el queso de un croque-monsieur. Es el momento de usar la compasión.

Por Cristina Jardón Serrano, pedagoga, experta en inteligencia emocional

Ves a los padres hacerse mayores. De repente, una circunstancia lleva a la otra y entran en barrena a nivel físico y mental. En estos últimos meses, se me ha movido mi mundo externo, pero también el interno. Las emociones más presentes en mí están siendo la tristeza, el miedo y la rabia. Dice el psiquiatra Luis Rojas Marcos, en su libro, superar la adversidad, que nadie se libra de las desgracias. Y que «según cuantifican varios estudios epidemiológicos, los habitantes de Occidente no abandonan este mundo sin antes haber afrontado, por término medio, dos serias adversidades que pusieron en peligro su integridad física o mental».

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Todas las personas pasamos por momentos de dolor a lo largo de nuestra vida. Es una condición humana. Honestamente, no conozco a nadie que no haya sufrido, desde niños pequeños en lo que, para nosotros, es un sufrimiento sin importancia –cuando pierden su juguete favorito, por ejemplo– hasta personas mayores. Así que, para esa generación sándwich en la que me incluyo, la adversidad está servida y, posiblemente, el sufrimiento al ver el sufrimiento de los que quieres, también. Es imposible que ese dolor no te toque si existe vínculo afectivo. Incluso, sin haber vínculo alguno, nuestro sufrimiento se activa al ver el dolor ajeno. Por ejemplo, cuando ves alguna noticia de un desastre natural que se ha cobrado vidas, ante una injusticia social o ante una guerra o cualquier otra circunstancia dolorosa. Y esto es así debido a nuestras neuronas espejo.

Sentir lo que el otro siente

El cerebro humano, en estructura y en funcionalidad, está preparado para sentir (y llegar incluso a entender) lo que vemos que los demás sienten. Así, cuando presenciamos una emoción en los demás, ya sea en persona o a través de una fotografía o en la pantalla, se activan en nosotros las mismas áreas cerebrales y los mismos circuitos que la persona o personas que están viviendo la emoción en primera persona. Esto explicaría por qué nos contagiamos de las emociones de los demás, sean agradables o no. ¿Por qué lloramos con un drama que vemos en TV o por qué saltamos de miedo con una película de terror? El contagio emocional sucede por naturaleza. Somos capaces de sentir lo que los demás sienten. Y este es el primer estadio de la empatía.

La empatía, aunque se construye a partir de la resonancia emocional, da un paso más hacia la resonancia cognitiva. Esto significa que, más allá de poder sentir al otro, puedo poner el cerebro a funcionar para tratar de entender su circunstancia. De pequeños nos enseñaban que la empatía era «ponerse en el lugar del otro». Esto alude a la resonancia cognitiva: tratar de ponerse en los zapatos del otro para entender.

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Ahora bien, lo que no nos enseñaron es que los zapatos del otro no son los míos. Si quiero ayudar, debo volver a colocarme los propios, a fin de no vivir una experiencia ajena. Me explico: por un lado, por mucho esfuerzo que haga en colocarme en la situación de la otra persona (imagínate una situación de mucho sufrimiento), solo podré sentir lo mismo y entenderlo completamente si yo misma lo he vivido. Por otro lado, las circunstancias de vida que a cada uno le toca vivir, traen consigo un aprendizaje para esa persona, un descubrir para seguir creciendo.

A veces, nos quedamos enganchados a los procesos emocionales de las experiencias de los demás tratando de ayudar, cargándonos con una responsabilidad que no es la nuestra. De ahí la angustia empática que vive el colectivo médico con frecuencia cuando no son capaces de distanciarse de sufrimiento de sus pacientes, cayendo ellos mismos en burn-out o ansiedad y adoptando conductas evitativas, o creándose corazas para no sufrir.

Su dolor, mi dolor

La primera vez que acompañé a mi madre al típico chequeo para valorar su estado mental antes de comenzar con el largo proceso de su enfermedad, viví esa angustia empática. Ver cómo no era capaz de recordar en qué día vivía, en qué mes, cómo se llamaban sus hijos o qué hora era… me destrozó. Recuerdo que tuve que retirar mi silla de su lado en la consulta del médico y sentarme más atrás para que no me viera llorar. Tras eso, durante unos días, me resultaba duro ir a verla a casa, con lo que retrasaba las visitas o las hacía más cortas. Me destrozaba por dentro verla siendo consciente de su pérdida progresiva de memoria. Su dolor era mi dolor.

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La fuerza de la compasión

Parece que es imposible no sufrir cuando ves sufrir a los demás. Y aún con más fuerza cuando existe un vínculo emocional. Cuando, ante el sufrimiento de los demás, la empatía se pone a funcionar, exige en uno mismo abrirse a la vulnerabilidad ya que el dolor del otro te toca y esto, puede provocar un bloqueo emocional.

Sin embargo, ante el malestar o el sufrimiento del otro… ¿me vale solo con quedarme en el sentir y en el entender? ¿Cómo puedo ayudar si me voy con el dolor ajeno?, ¿soy útil desde ahí? ¿Cómo aprender a afrontar el sufrimiento y poder acompañar desde el amor, sin desgastarme y dar lo mejor? Este es el reto, y se llama compasión. La compasión es la capacidad de conectar con los demás en sus momentos de dificultad y sufrimiento, de sentir sus emociones, de entender sus procesos, y de actuar para aliviar, en la medida de lo posible, su sufrimiento. Y esta es la clave de la compasión y lo que la diferencia de la empatía: la acción.

La neurociencia de la compasión

Podemos definir la compasión como la empatía llevada a la acción, ya que es esta motivación interna por ayudar o aliviar el sufrimiento ajeno la parte fundamental de la compasión. Y, además, ocurre que es una cualidad humana fundamental que puede ser desarrollada y fortalecida a través de la práctica consciente.

Así que, como ves, nada tiene que ver la compasión con sentir lástima o pena por los demás, sino el deseo de acompañarles y aliviar su sufrimiento. Si la empatía lleva asociada la frase «siento por ti», la compasión se centra en «siento contigo y estoy para ti». Y ese para ti va cargado de amor que, como sabemos, es la emoción que nos conectan a la vibración energética más elevada.

La neurociencia ha demostrado que la práctica de la compasión tiene una serie de beneficios para nuestro bienestar físico y emocional. En un estudio científico muy interesante de 2006 de las doctoras Klimecki y Singer, se sometía a resonancia magnética funcional a un grupo de personas a las que se les había mostrado imágenes de otras personas pasándolo mal o sufriendo. De este grupo de personas, algunas habían recibido un entrenamiento en compasión y otras no. Y esto encontraron: las personas con entrenamiento de práctica en compasión mostraban, al ver las imágenes, mayor actividad neuronal en áreas del cerebro asociadas al afecto positivo y al cuidado. Efecto muy diferente a la activación en áreas del cerebro asociadas al estrés y al dolor de las personas que no practicaron la compasión.

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Unidos a estos descubrimientos, hacia el año 2012, Eduardo Punset en su programa número 60 de Redes, hacía una entrevista al monje budista y Doctor en Biología Molecular Matthieu Ricard. Junto a un prestigioso grupo de científicos liderado por Richard Davidson, de la Universidad de Wisconsin, quisieron comprobar qué sucedía en su mente y cerebro cuando meditaba en compasión, concretamente realizando una práctica de meditación Metta. Le conectaron a la cabeza hasta 256 sensores para detectar su nivel de estrés, irritabilidad, enfado, placer, satisfacción y otras decenas de sensaciones diferentes a la vez que meditaba. Y lo mismo hicieron con cientos de voluntarios.

Los resultados obtenidos medían el nivel de felicidad de cada participante en una escala que iba desde 0,3 (muy infeliz) hasta -0,3 (muy feliz). Matthieu Ricard logró un -0,45, superando no solo a todos los demás participantes sino los propios límites previstos en el estudio. En ese momento, fue declarado el hombre más feliz del mundo.

Esto nos demuestra científicamente que, cuando somos testigos del sufrimiento ajeno podemos optar, conscientemente, por una aproximación diferente a ese sufrimiento en el que, no solo no sufrimos, sino que nuestro cariño y cuidado se potencia hacia los demás, manejando el estrés o la ansiedad que puede aparecer. Además, aumentar nuestros niveles de bienestar. Hacer cosas buenas por los demás es una fuente de felicidad inagotable y proporciona fuerza vital, algo que saben muy bien los voluntarios en las ONG.

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¿Cómo se practica la compasión?

Al igual que a práctica de mindfulness, la compasión puede llevarse a cabo en su versión práctica formal o práctica en la cotidianeidad (práctica informal). La primera, igualmente conlleva un protocolo de práctica y en este grupo existen, además, muchos tipos de técnicas diferentes.

Las prácticas formales

Para practicar compasión en la versión práctica formal de meditación, el primer paso es entrar con mindfulness. Es importante calmar la mente unos instantes para no dejarnos atrapar por la dificultad del momento o el sufrimiento ajeno. En este sentido, cualquiera de las prácticas vistas en los números anteriores de esta revista podría sernos de utilidad. A partir de esa calma mental, debemos traer a la mente a la persona sufriente y abrirnos a su experiencia dolorosa con el deseo de irradiar amabilidad y amor hacia ella. Metta o Tonglen son solo dos ejemplos de meditación compasiva de los que puedes encontrar guía de práctica en Internet. Puedes sumergirte en la práctica formal de la compasión a través de los audios que encontrarás en los audios del canal de YouTube Cristina Jardon Serrano, como, por ejemplo, la siguiente.

Las prácticas informales

Para la práctica de la compasión en el día a día, existen infinitas posibilidades. El primer paso es estar atento a los demás y a sus experiencias dolorosas para poder serles de utilidad. Y esto no resulta tan sencillo cuando, inmersos en las prisas, a veces ni vemos a los demás, cuanto menos sus dificultades, y cuando huimos del sufrimiento. Para conectar con la compasión en lo cotidiano, a mí me ayuda tener presente la pregunta: «¿qué podría ayudar en este momento?», o directamente preguntarle a la persona «¿en qué te puedo ayudar?». En definitiva, saber que estoy ahí para ellos.

La próxima vez que veas a alguien viviendo un malestar o en sufrimiento, detente y obsérvate primero. ¿Qué emociones se han activado en ti? ¿Te es fácil o difícil sostener la situación? Comienza con unos minutos de mindfulness atendiendo a tu respiración y ábrete a la motivación por ayudar. Pregúntate: «¿hay algo que esté en mi mano que pueda hacer en este momento para ayudar?». Conéctate con esa fuerza interior de querer ayudar y pasa a la acción. Cuando hayas terminado, quédate un instante sintiendo tu bienestar interior.

Salir de una misma, para estar con la otra persona

A los pocos días de la derivación de mi madre a una exploración más en profundidad con Neurología, logré hacer un cambio de mentalidad hacia la compasión y poder salir de mí para estar, con fuerza, con ella. Si bien al ver su decadencia sentía tristeza, me alimentaba con mi pregunta («¿qué puedo hacer por ella en este momento que sea de utilidad?»). Cada día que iba a verla, llevaba mi mejor sonrisa, le hacía bromas y nos íbamos a pasear. Escuchaba sus historias sin querer entender el hilo, dejándola tiempo para explicarse a su manera.

Hoy, cuatro años después de su primer signo de Alzheimer, disfruto como nunca con mi madre. Aún recuerda mi nombre, aunque me ha adjudicado otra hermana imaginaria. Salimos a desayunar, la ayudo a vestirse, la llevo de paseo. Cada día me pregunta varias veces las mismas cosas y, yo, las mismas veces, le respondo con cariño como si fuese la primera vez. Ella necesita mi compasión, y yo estoy agradecida de poder acompañarla sin mi sufrimiento y con todo mi amor. Porque eso es la compasión: un acto de amor.

Cristina Jardon Serrano


CRISTINA JARDÓN es Pedagoga, Experta en inteligencia emocional, mindfulness y compasión. Autora de Oh, Mindful Day! y Me permito, una guía práctica para mimarse. Acompaña a equipos y a personas en el entrenamiento de su inteligencia emocional y la mejora de su vida con mindfulness y compasión.

Si quieres leer este artículo de Cristina Jardón al completo, no te pierdas el número 131 de tu revista Yoga Spirit. Para conseguirlo, llámanos al 916326251 o escríbenos a suscripciones@revistaspirit.es También puedes acceder a sus contenidos en su canal de YouTube y en sus redes sociales. En Instagram: @cristinajardon.

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